Fuiste de esos que abrazan por la espalda.
La nocturnidad nunca fue lo relevante.
Que lo mismo te daba la noche o la mañana.
Todo al rojo, decía yo, poniendo la pasión en el abrazo.
Todo al negro, murmurabas tú, deshaciendo mi apuesta y pillando la ganancia.
Nunca fui buena en el casino de lo nuestro.
No sabía dar los abrazos por la espalda.
Siempre fui de frente a los besos.
Dejando mi cuerpo al descubierto y dando la cara a tu cruz y a tu reverso.
De equilibrios y en tacones, en el alambre de nuestra historia inacabada.
Y me hice piedra para hacerte tropezar en mí dos veces.
Y rompiste la piedra en mil pedazos.
Recogiste los trozos en un saco y otra esfinge te creaste de la nada.
Y esculpiste una deidad a tu medida.
Que no hay piedra que no esconda una escultura, a la que le gusten los abrazos por la espalda.
Victoria le llamaste a mi derrota.
Samotracia es una isla y no está alada.
Y yo me bato en retirada de lo nuestro.
Emprendo el vuelo hacia otros brazos, que nunca me sorprendan por la espalda.
Y tú sigues siendo el loco empeñado en escalar por mis agujas afiladas.
Y llegar a mi cima. Y al cielo de mi boca, y perderte en mis pies que ya no danzan.
Mientras tú querrías abrazarme a traición y por la espalda.
ABRAZOS POR LA ESPALDA.
Fuiste de esos que abrazan por la espalda.
A traición.
Con premeditación y alevosía.
La nocturnidad nunca fue lo relevante.
Que lo mismo te daba la noche o la mañana.
Perseguías mis tacones infinitos cuando andaba de equilibrios por la vida jugandome el tipo y los tobillos,
en un alarde de apostar a todo o nada.
Todo al rojo, decía yo, poniendo la pasión en el abrazo.
Todo al negro, murmurabas tú, deshaciendo mi apuesta y pillando la ganancia.
Nunca fui buena en el casino de lo nuestro.
No sabía dar los abrazos por la espalda.
Siempre fui de frente a los besos.
Dejando mi cuerpo al descubierto y dando la cara a tu cruz y a tu reverso.
Yo funambulista, fíjate.
De equilibrios y en tacones, en el alambre de nuestra historia inacabada.
Y me hice piedra para hacerte tropezar en mí dos veces.
Y rompiste la piedra en mil pedazos.
Recogiste los trozos en un saco y otra esfinge te creaste de la nada.
Y esculpiste una deidad a tu medida.
Que no hay piedra que no esconda una escultura, a la que le gusten los abrazos por la espalda.
Victoria le llamaste a mi derrota.
Samotracia es una isla y no está alada.
Y yo me bato en retirada de lo nuestro.
Emprendo el vuelo hacia otros brazos, que nunca me sorprendan por la espalda.
Y tú sigues siendo el loco empeñado en escalar por mis agujas afiladas.
Y llegar a mi cima. Y al cielo de mi boca, y perderte en mis pies que ya no danzan.
Ellos caminan descalzos, sin complejos, buscando llegar, con caricias de diez dedos, a la piedra incandescente de su sexo.
Mientras tú querrías abrazarme a traición y por la espalda.
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